lunes, 3 de febrero de 2014

Non olet (I)


Lo cuenta Sanchéz Ferlosio en un libro del mismo título, Non olet. La anécdota o el episodio, tanto más da, se refiere al emperador Vespasiano cuando decidió poner un impuesto sobre el uso de la letrinas públicas en Roma. La narración dice que a su hijo Tito, que también le reprochaba haber creado un impuesto de la orina, le acercó a las narices el dinero de la primera recaudación, preguntándole si le molestaba el olor, y al contestarle Tito:"Non olet", le replicó: "Y sin embargo, es producto de la orina". A mi entender es casi como una fábula de Esopo pero a la inversa, una moraleja de escasa moralidad. El emperador romano expone claramente que el dinero no huele y por extensión no mancha, no contamina, carece del sentido sobre bien o el mal. Simplemente, no huele a nada. 
Esta idea, el dinero sin mácula, es una de las más extendidas en nuestra sociedad acompañada de aquella que afirma "que la necesidad obliga". Ambas se complementan y si hay necesidad de algo como el alimento, el hogar, las necesidades más básicas entonces no se le pregunta al dinero de donde viene, si de las letrinas o de la caridad, si del trabajo o del hurto. Muy poca gente rehusaría unas monedas que vinieran a aliviar su hambre preguntando por su origen. No digamos de quienes no hacen ascos al dinero venga de donde venga (tráfico de armas, narcotráfico, corrupción, etc.) como medio para sobresalir y llevar una vida de lujo aunque sea a costa del resto de la sociedad, casi siempre los más débiles u honestos.
 Todo este prólogo de moralina elemental es para llevarnos al asunto de la financiación de la Cultura en España. Durante muchos años el grueso del dinero que iba a la cultura era de origen público, una fuente inodora de monedas que vienen de los impuestos ciudadanos. Es cierto que ha existido financiación privada (bancos, empresa, fundaciones) pero la inmensa mayoría de la actividad cultural en vivo como la danza, el teatro, las artes plásticas, la ópera entre otras ha llegado a los ciudadanos porque existía una financiación pública detrás ayudando y sosteniendo. El estado, las comunidades autónomas, las diputaciones y los ayuntamientos han ayudado a sostener la cultura en nuestro país. Es cierto que no siempre con las políticas correctas o errando en qué apoyar y con cuánto en numerosas ocasiones, pero lo cierto es que este país hubiera sido muy distinto culturalmente hablando sin el apoyo del dinero público, el de todos y para todos. Incluso las industrias culturales como el cine o la edición deben mucho a lo público en materia de financiación o de regulaciones que les ayudaban a seguir para adelante. Y con la crisis parece que se quiere acabar con esto, nos dicen que ya no es posible seguir financiando la cultura desde la fuente que suponen los presupuestos públicos. Un cambio de paradigma se afirma no sin cierta pedantería altanera. No voy a entrar en el debate de los modelos, que es el esencial, el de qué tipo de sociedad queremos, si del bienestar o neoliberal o cualquier otra alternativa. Hay algunas cosas que sí se pueden hacer, que no hicimos en su día y quizás por eso la crisis está siendo más dura con la cultura de lo que debiera. No definimos en su momento la carta de servicios mínimos que el estado deben garantizar como parte del derecho de acceso a la cultura. Un derecho que no olvidemos está recogido en la constitución vigente y en numerosos pactos internacionales que España ha firmado. La gente sale a las calles a defender la sanidad y la educación pública porque sabe a qué tiene derecho en esos aspectos de su vida y qué debe garantizar el estado, es parte del pacto social de nuestra forma de vivir. Sin embargo en cultura todo es más etéreo, más confuso. ¿Qué priorizamos el patrimonio o la creación artística? ¿la formación de creadores  o las ayudas a las industrias culturales? ¿la cultura de masas o las expresiones cultivadas? ¿mejor sostener la biblioteca o la orquesta sinfónica? Y así podríamos seguir haciéndonos preguntas ad nauseam sin llegar a conclusiones. Algunas voces han reclamado la necesidad de ordenar las políticas culturales públicas desde hace tiempo, mi buen amigo Eduard es uno de esos predicadores en el desierto, y sin embargo poco se ha hecho. Ahora nos hablan de la opción del mecenazgo y lo ofrecen como una panacea a la falta de dineros públicos. No quiero pecar de excesivamente moralista, pero cuando veo el origen de algunos mecenazgos me pregunto ¿Olet?. En unos días la segunda parte


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2 comentarios:

  1. Pues deseando que llegue esa segunda parte. Saludos.

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  2. Maravillosa reflexión. Al igual que Paco, deseando que muestres la segunda parte.

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