miércoles, 12 de marzo de 2014

El guayacán floreado


Nació tierno, casi imperceptible sobre la húmeda tierra que le acogía y protegía de un sol feroz y brillante. Poco a poco, año tras año, estación de lluvias tras estación de lluvias comenzó a elevarse sobre la misma tierra que lo cubría. Primero se podía confundir con un brote frijol, luego quizás se asemejaba a una mata de chile y un día, jornada feliz de adolescencia, sobrepasó el tamaño de una armadillo. Años más tardes alcanzó la altura y las formas de un hombre joven, enjuto y alargado. Hubo de pasar mucho tiempo, muchos años humanos para anchearse y robustecerse en su interior hasta lograr la solidez de los metales más resistentes. Y fue entonces cuando afloraron los primeros brotes violetas en sus ramas, en tal número que sobrepasaban a las hojas haciéndolas imperceptibles. Flores azuladas, suaves, de una tonalidad tan leve que parecían pintadas en acuarela. Desde entonces cada año, puntual y caballeroso, nunca deja de florear. Vivo y hermoso, así lo recuerdo, así te recuerda, tu guayacán floreado.

Para Ana Luz, el 1 de marzo, día que floreó su guayacán.

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