jueves, 27 de marzo de 2014

Día del teatro

Aunque tarde, me siento a escribir sobre la celebración anual de eso que genéricamente llamamos teatro. Un hecho que comprende una amplísima variedad de géneros y especialidades. Qué les voy a contar a ustedes que ha disfrutado en calles, plazas, casas de cultura, salones de actos, pequeños y grandes teatros propiamente dichos de la labor impagable de los teatreros. De todos ellos, actrices y actores, directores, dramaturgos, maquilladores, escenógrafos y tantos y tantos oficios como hay en la profesión teatral.
A veces nos hacen reír, otras llorar, muchas nos colocan un espejo ante nuestros ojos devolviéndonos la imagen real de nosotros mismos y, casi siempre, nos dan un pequeño pellizco en el alma y en la conciencia. Cada vez que vemos teatro nos hacemos algo mejores, sin duda. Unas veces porque la risa cura de las penalidades diarias, otra porque el drama nos enfrenta a la necesidad de mejorar y de luchar por esas mejoras tan necesarias. 
No concibo el mundo sin teatro, sin ese puñado de personas valientes que se embarcan en la tremenda locura de poner encima de unas tablas la recreación de lo mejor y lo peor del espíritu humano. Los admiro a todos, desde Broadway al Centro Dramático Nacional pasando por los cientos de grupos aficionados de todos los tipos y edades. Todos forman parte de eso que llamamos teatro. 
Este año, como siempre, desde UNESCO se promueve un Manifiesto que será leído en cientos de lenguas, en miles de espacios escénicos y por millares de personas que aman y vivan por el teatro. Este año ha sido redactado por el sudafricano Bertt Bayley. No conozco la labor de este teatrero pero he de reconocer que me ha gustado su manifiesto. Tras una primera parte emotiva sobre el mundo del teatro y de la gente que lo componen, Bayley remata con unos párrafos de contenido social y político. Deja muy claro que para quienes están en este compromiso que se llama teatro no hay más remedio que seguir adelante dando al mundo lo mejor de sí mismos, ofreciendo lo mejor que poseen. Cierra con una tremenda pregunta que deben hacerse no sólo las gentes del teatro sino cualquier persona decente. Nosotros, los artistas de escenarios y ágoras, ¿nos conformamos con las demandas asépticas del mercado, o utilizamos el poder que tenemos: para abrir un espacio en los corazones y las mentes de la sociedad, para reunir gente a nuestro alrededor, para inspirar, maravillar e informar, y para crear un mundo de esperanza y colaboración sincera?

Por lo demás, en mi ciudad ningún teatro ni sala ofrece hoy una representación teatral. Es lo que hay, que no hay.





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